Los pilares de la Tierra: ambición, fe y arquitectura medieval reseña
Ken Follett convierte la construcción de una catedral en una saga de deseo, intriga política y ascenso social con el pulso de un thriller histórico.

Los pilares de la Tierra
Hay libros que levantan ciudades en la imaginación. Los pilares de la Tierra lo hace piedra a piedra, siguiendo a maestros constructores, clérigos y campesinos que empujan el mundo hacia adelante mientras lo disputan. ¿Por qué sigue atrapando décadas después? Porque su promesa es doble: levantar una catedral y, de paso, revelar cómo se construye una comunidad.
La novela reaparece cíclicamente en recomendaciones y clubes de lectura, señal de una vitalidad que no depende de modas. Follett, conocido por el suspense contemporáneo, apostó aquí por el gran fresco medieval y halló su voz más expansiva. El resultado es un texto que combina ingeniería, pasión y poder en un equilibrio raro.
Lo que nos gustó
- La arquitectura funciona como conflicto dramatizado: planos, andamiajes, finanzas y técnica se vuelven decisiones morales que impulsan cada giro.
- Estructura coral cohesionada con saltos temporales medidos que permiten ver el crecimiento de los personajes y la maduración del propio pueblo.
- Tensión sostenida que alterna conspiración e intimidad, con cierres de capítulo de alta expectativa que no se sienten trucos vacíos.
Lo que no nos gustó
- Algunos antagonistas rozan el trazo grueso y empobrecen la ambigüedad ética en pasajes decisivos.
- La acumulación de infortunios puede fatigar a mitad de tramo y afectar la verosimilitud emocional.
- Extensión generosa que estira subtramas menores y desemboca en ciertas resoluciones previsibles.
Conclusión
Si te atraen las sagas con vocación total, el libro ofrece inmersión, personajes memorables y la satisfacción de ver cómo una idea se hace piedra. Si buscas experimentación formal o ambigüedad radical, quizá prefieras otro camino, aunque esta obra regala una lección de narración eficaz y mundo palpable.
La pregunta que deja flotando es sencilla y poderosa: ¿qué edificamos cuando elegimos lealtades y enemigos? La catedral de Kingsbridge no solo se alza en la plaza, también en la memoria del lector que acepta el viaje.
Comentario adicional
Leída junto a El nombre de la rosa, la diferencia es reveladora: Eco convierte el convento en un laberinto intelectual; Follett hace de la catedral un organismo vivo donde la materia prueba a las personas. No hay enigma erudito sino fricción entre técnica y fe, codicia y cooperación. El simbolismo es nítido: cada piedra pide pacto, y el edificio absorbe las biografías de quienes lo levantan.
Dentro de la trayectoria de Follett, este libro inaugura un modo de contar que privilegia la claridad narrativa sin renunciar a lo monumental. Se sitúa en la tradición de la novela histórica popular que no teme al detalle artesanal ni a los ritmos largos. La recepción crítica fue irregular en su día, pero el boca a boca del lector común la convirtió en referente del subgénero de catedrales y oficios.