Dos coronas retorcidas: ambición, magia y memoria en un reino herido | opinión
Rachel Gillig cierra su bilogía con un dark fantasy de atmósfera gótica, cartas de poder y una disputa por el trono que se libra también en la conciencia.
Dos coronas retorcidas
El cierre de una saga se mide por la huella que deja en sus personajes y en su lectorado. Dos coronas retorcidas asume ese riesgo y lo convierte en virtud: en lugar de inflar la escala, aprieta el nudo moral de sus protagonistas y hace de la culpa un motor tan potente como la magia. En un mercado dominado por la romantasy de alto voltaje, Gillig apuesta por un tono más sombrío y lírico, donde el deseo roza la maldición y la memoria se paga con carne. La novela retoma el mundo de cartas providenciales y bosques que susurran, pero desplaza el foco hacia la legitimidad del poder y el costo de ejercerlo. Aquí importan tanto los pactos íntimos como las alianzas cortesanas; el paisaje no es decorado sino cicatriz. El resultado es un texto que conversa con el cuento de hadas oscuro y con la intriga política, sin calcificar en fórmula.
Lo que nos gustó
- Sistema de magia con cartas que entrelaza causa y carácter: cada decisión activa una regla del mundo y repercute emocionalmente, evitando la exposición gratuita.
- Voces bien diferenciadas y cambios de foco medidos que sostienen la tensión política y el conflicto íntimo, con un uso sugestivo del motivo del monstruo interior.
- Ambientación gótica consistente: bosque, niebla, reliquias y rituales funcionan como símbolos de trauma colectivo y apuntalan la sensación de destino inexorable.
Lo que no nos gustó
- Dependencia alta de la entrega anterior: sin recuerdos recientes de One Dark Window, algunos matices del pacto y de la mitología pierden fuerza.
- Ciertos impulsos románticos se apoyan en tropos previsibles que, aunque eficaces, restan sorpresa a un par de giros clave.
- El tramo final concentra resoluciones en poco espacio, lo que reduce la respiración de consecuencias para personajes secundarios relevantes.
Conclusión
Recomendable para quienes disfrutan de fantasía oscura con textura lírica, conflicto político íntimo y una magia que pesa en la conciencia. Menos indicada si se busca acción incesante o romance luminoso; aquí el placer está en la penumbra, en el eco de cada decisión y en la ambivalencia del poder. Gillig entrega un cierre que honra la duda como brújula narrativa. Lo memorable no es la grandilocuencia del trono, sino el precio de tocarlo y la memoria compartida que ese gesto deja en los lectores.
Comentario adicional
La novela dialoga con la tradición del cuento de hadas oscuro a la manera de Uprooted y con los bosques ferales de For the Wolf, pero introduce un componente de deuda moral que la acerca a los relatos sobre memoria como materia de poder. La carta como objeto mágico no solo habilita escenas de combate o hechizo, también un archivo de intentos y fallos, una contabilidad de errores que obliga a la reconsideración ética del liderazgo. En recepción, el texto ha encontrado su lugar entre lectoras de romantasy que buscan atmósfera densa y rituales con consecuencias, menos centradas en el espectáculo y más en la herida. ¿Qué legitimidad puede reclamar un soberano cuando su corona nace de un pacto que devora aquello que promete proteger? Esa pregunta, latente en cada intercambio, sostiene un subtexto sobre consentimiento, soberanía del cuerpo y herencia de violencia.